El límite psicológico de la alta presión fiscal

En los últimos 12 años hemos observado un constante incremento de la recaudación tributaria traducida en una enorme presión fiscal que, si se toma como base el PBI de 1993, hoy es superior al 40 por ciento. Esa recaudación está contaminada por impuestos distorsivos que le hacen mucho daño a la competitividad, como el que pesa sobre las exportaciones y el impuesto al cheque, que afecta la actividad económica. Ambos gravámenes recaudan cada mes unos $ 20.000 millones.

Adicionalmente, el impuesto a las ganancias, preferido por la doctrina, se ha "popularizado" para los trabajadores a través de la manipulación de los mínimos no imponibles que van a la zaga del circuito de inflación y recomposición salarial. La progresividad de este tributo fue pulverizada por la falta de actualización, durante 14 años, de la tabla de alícuotas. Un trabajador cuyos ingresos netos imponibles ascienden a $ 120.000 en el año, hoy abona la alícuota mayor de la escala, que es el 35 por ciento. Y casi 70% de los asalariados ya pagan las más altas tasas de imposición.


También para las empresas se distorsionó el impuesto, porque se paga sobre ganancias nominales que en ocasiones son ficticias, con abstracción de la auténtica capacidad contributiva. La situación afecta seriamente el derecho constitucional de propiedad, por el efecto confiscatorio en el que cae el gravamen.

Este año, la mejor performance recaudatoria la tiene el impuesto a las ganancias, con un crecimiento interanual de 42 por ciento. En tanto, lo obtenido por IVA se incrementó 39% y el impuesto al cheque, sólo 20% (por debajo de la inflación); los derechos de exportación decrecieron 0,6%, algo vinculado con la coyuntura de pocas liquidaciones de divisas.

La contrapartida de la alta presión fiscal no se vio reflejada en más y mejores servicios esenciales de infraestructura, seguridad, salud, educación, etc. Es una verdad indiscutible que la presión fiscal se potencia cuando el ciudadano que paga impuestos debe descartar los servicios del Estado por su deficiente calidad y contratar salud, educación y seguridad privada. Aunque parezca un chiste, estos servicios contienen una importante carga fiscal adicional.

En esta coyuntura, el gasto público crece a un ritmo veloz, a más de 40% interanual, y lleva una ventaja significativa respecto del aumento de la recaudación (32,8%). Aun cuando la performance de los ingresos por impuestos es muy buena puede observarse con claridad "patética" lo que los analistas denominan la "teoría del balde agujereado". Por más que se lo llene de impuestos se vacía rápidamente por un desborde del gasto.

Todo esto produce en el contribuyente un límite psicológico al impuesto, cuando no está satisfecho con la calidad de los servicios esenciales del Estado y con los tributos exorbitantes. Se genera así un sufrimiento social que hace intolerable una mayor presión fiscal.

Fuente: La Nación | C. Litvin

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